Elliot utilizó como característica discriminatoria el color de los ojos de tal forma que dividió el aula en dos grupos. Al grupo de ojos azules les dijo que eran superiores y más inteligentes que los de ojos marrones, y que por este hecho tenían derecho a ir al recreo y repetir comida si les apetecía. Al grupo de ojos marrones les dijo que eran más torpes y menos inteligentes, y no tenían los privilegios del otro grupo. Además, los de ojos marrones debían llevar un pañuelo en el cuello para que se les identificara rápidamente como pertenecientes al grupo discriminado.
La profesora observó que los de ojos marrones realizaban la tarea mucho más lenta que antes y de manera incorrecta, disminuyendo su rendimiento académico. A la mañana siguiente, Elliot cambió los papeles: dijo que los listos eran los de ojos marrones y proporcionó privilegios a éste grupo, discriminando a los de ojos azules por ser torpes. La diferencia en la realización de la tarea de los niños/as de ojos marrones fue notablemente positiva. Cuando no se sentían discriminados realizaban la tarea más rápido y con mejores resultados.
Después de demostrar los efectos que producía la discriminación, la profesora Elliot explicó que sólo era un experimento, debatió con sus alumnos/as cómo se habían sentido y explicó que igual que no era justo discriminar por el color de los ojos tampoco lo era discriminar por el color de la piel.
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